Los expertos insisten en que aunque el sueño es el cuarto pilar de la salud, no se le da la importancia que realmente tiene
Sabemos que una alimentación adecuada, la práctica de actividad física y evitar hábitos insanos son importantes para nuestra salud presente y futura, pero pocas veces pensamos en un cuarto pilar: el sueño. Puede que por eso la Sociedad Mundial de Sueño quiera recordarnos –a modo de Pepito Grillo– en el Día Mundial del Sueño, que se celebra este 15 de marzo, la importancia que tiene un sueño saludable a cualquier edad, también para nuestro envejecimiento. Lo resumen en el lema Sueño saludable, envejecimiento saludable, un eslogan con el que ponen el énfasis en el impacto que tiene este fenómeno fisiológico para nuestra salud cuando nos hacemos mayores.
Milagros Merino, especialista en Neurofisiología Clínica y miembro del comité científico de la Sociedad Española de Sueño (SES), insiste en que aunque el sueño es el cuarto pilar de la salud, no se le está dando la importancia que realmente tiene. Ni siquiera desde las propias consultas médicas. Por esto considera que los estudiantes de Medicina deben aprender ya desde la Facultad que “al igual que en la consulta se pregunta sobre los hábitos tóxicos, lo que el paciente come o sobre su actividad, también tendrían que preguntarle cómo duerme”. Explica Milagros Merino que si bien en la infancia el sueño es fundamental para la maduración del cerebro y los procesamientos neurosensoriales, lo es también para un envejecimiento saludable en cuanto a que es el sueño el proceso a través del cual se consolida la memoria y el aprendizaje y con el que reparamos funciones que se han llevado a cabo durante el día. “Imagina que no te limpias la piel, con el tiempo será una piel avejentada. Lo mismo ocurre con el cerebro: el sueño es la etapa durante la cual existe una “limpieza” de productos de desecho (radicales libres, Beta-amiloide, etc.)”, señala.
Según Juan José Poza, neurólogo de Onkologikoa Logic, la salud cerebral depende de múltiples factores, no solo de condicionantes genéticos. Según el experto, estos condicionantes “pueden influir”, pero salvo algunos casos de enfermedades hereditarias por mutaciones en genes concretos, “en la mayoría de los individuos el factor genético no es ni determinante, ni siquiera el más importante”. Una buena reserva cognitiva ayuda al cerebro a envejecer mejor y, para lograrla, Juan José Poza considera el sueño saludable como un elemento de gran trascendencia “para conseguir llegar a mayores con un cerebro en plenitud de su función, con la capacidad de seguir aprendiendo, la curiosidad para mantener el interés en el conocimiento, y la pátina de la experiencia que lo enriquece y contextualiza”. Añade que también es imprescindible protegerlo de la patología vascular a través de “hábitos saludables que mantengan controlados los factores de riesgo vascular”, como la tensión arterial, el colesterol o la glucemia, pero también “estimularlo con actividades culturales y sociales, esforzarse en adquirir conocimientos, obtener información, razonarla, elaborarla, compartirla y matizarla con las aportaciones de los demás”.
Cuando no hemos dormido cómo y cuánto necesitamos
Es cierto que el sueño va cambiando a lo largo de la vida. Y lo hace tanto en cantidad como en calidad. Tal y como señala Juan José Poza, en la infancia, las necesidades de sueño son diversas y oscilan desde las 14-17 horas de un recién nacido, a las 10-13 horas entre los tres y los cinco años y las 9-11 horas entre los seis y los trece. Esas horas de sueño se van reduciendo en la adolescencia a unas 8-10 horas; en la edad adulta oscilan entre 7 y 9 horas; y, finalmente, por encima de los 65 años se suelen situar entre 6 y 8 horas. Además, el neurólogo considera importante destacar que, en los mayores, la continuidad y la cantidad de sueño profundo es más escasa que en anteriores etapas de la vida. “Lo de dormir de tirón se va haciendo un recuerdo cada vez más lejano a medida que avanzamos en la edad adulta. En los ancianos, son frecuentes los despertares a lo largo de la noche y la fragmentación del sueño, provocado tanto por la evolución natural del sueño con la edad, como por factores sobreañadidos, como los dolores articulares o la necesidad más frecuente de orinar, que dificultan la continuidad del sueño”.
Para Milagros Merino las tablas de sueño son importantes pero no determinantes ya que en su opinión lo que determina si una persona duerme o no duerme suficientemente es si existe sensación de cansancio físico y mental durante el día, si está irritable o si tiene dificultades para concentrarse y mantener la atención o, incluso, para razonar con fluidez. En definitiva, para la miembro de la SES, un sueño saludable, “un buen sueño” en el argot anglosajón, sería aquel que tenga suficiente calidad y cantidad como “para mantenernos alerta y dinámicos durante el día”. “Hay personas que duermen muy poco y pueden funcionar muy bien durante el día. En cambio, se puede dormir 8 o 9 horas y no tener un sueño reparador por estar muy fragmentado”, cuenta.
Entre las causas de esa fragmentación del sueño o interrupciones puede haber trastornos primarios como son la apnea del sueño o los movimientos periódicos de las piernas asociado al síndrome de piernas inquietas. También pueden influir en ese sueño interrumpido diferentes patologías –como el caso de pacientes con crisis epilépticas, enfermedad de Parkinson, con algún tipo de trastorno digestivo o con diabetes mellitus– y determinados fármacos –como los broncodilatadores o los corticoides–.
Cuando dormir mal se cronifica, nuestra calidad de vida se resiente. También inevitablemente nuestra salud. Explica Juan José Poza que no dormir bien favorece a largo plazo la aparición de ansiedad y depresión, incrementa el riesgo de sufrir síndrome metabólico, con ganancia de peso, hipertensión arterial, elevación de colesterol y de glucemia, de padecer eventos vasculares, como infartos de miocardio o cerebrales, de mortalidad precoz e, incluso, de desarrollar enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer.
Por último, Juan José Poza recuerda que la relación entre sueño e integridad cognitiva es bidireccional: “Por un lado, el sueño es una función cerebral, de modo que su génesis y mantenimiento dependen del correcto funcionamiento de varios núcleos cerebrales. Las enfermedades neurodegenerativas pueden dañar precozmente estos núcleos y provocar una alteración de sueño, que sería un síntoma precoz de la enfermedad. Por otro, los estudios epidemiológicos encuentran una mayor frecuencia de deterioro cognitivo en los individuos que sufren una privación crónica de sueño, bien voluntaria, bien secundaria a una patología, como el insomnio o el síndrome de apneas durante el sueño”. Apunta el neurólogo que según algunos estudios, dormir de forma crónica menos de seis horas al día duplica el riesgo de sufrir demencia de cualquier tipo, incluyendo enfermedad de Alzheimer. También el uso crónico de medicamentos para dormir, como las benzodiacepinas, se ha asociado a mayor riesgo de sufrir demencia, lo que según Poza puede estar en parte en relación con la acción del fármaco, pero también con la enfermedad subyacente que propicia su consumo. “Disfrutar de un sueño de calidad, conseguido en función de una adecuada observancia de las medidas de higiene de sueño, puede ser una buena medida preventiva para evitar la demencia”, concluye.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2019/03/15/sesenta_y_tantos/1552643856_643671.html